A estos efectos hemos de sumarle otro tipo de variables moduladoras. La visión “adultocentrista” de la pandemia ha impedido tener en cuenta variables fundamentales para el adecuado desarrollo de la infancia, especialmente, para la infancia más vulnerable.
Hay que recordar que no toda la infancia goza de las mismas oportunidades ni de los mismos recursos. Por eso, las consecuencias son más devastadoras para niñas, niños y adolescentes en situación de desventaja social, de riesgo social o de circunstancias de desarrollo diferencial (trastornos de aprendizaje, del neurodesarrollo, etc.).
Recordemos que la Convención de los Derechos de la Infancia nos habla del interés superior del menor. Las niñas y los niños gozarán de una protección especial y dispondrán de oportunidades y servicios para su desarrollo físico, psicológico y social.
Estas oportunidades se han visto truncadas durante la pandemia. Imaginemos, por un momento, las situaciones que han pasado durante el confinamiento niñas, niños y adolescentes que sufren maltrato por parte de sus familias. Pensemos en menores con trastornos del neurodesarrollo que tienen limitaciones para entender el mundo social que nos rodea. O en menores víctimas de violencia de género.
Para todos ellos, que constituyen la infancia más vulnerable, las consecuencias son aún mayores. Una inmensa mayoría de menores en situación de riesgo ha tenido serias dificultades en seguir adecuadamente el curso escolar. La brecha económica, social y tecnológica ha dificultado aún más al alumnado que ya partía de una situación de desventaja.
La desconexión digital de las familias en riesgo, junto a una menor preparación para atender las demandas escolares y un mayor absentismo escolar, hacen que se incrementen las posibilidades de fracaso y abandono escolar. A ello se suman otros factores estresantes familiares tan importantes como el desempleo, la precariedad laboral o el hacinamiento.
Por último, ha habido un aumento preocupante de situaciones de violencia contra la infancia en el ámbito familiar. A nivel psicológico, además, aparecen problemas graves como el uso excesivo de pantallas, el aburrimiento, el descontrol y desregulación horaria.
También se suma la falta de relación con iguales, miedos irracionales, ansiedad y problemas de gestión de emociones, lo que provoca un incremento en los problemas de salud mental descritos.
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