NO te tomes la rabieta como algo personal. El hijo es tuyo, pero su rabieta no. No pienses que puedes controlar su rabieta, porque en la mayoría de los casos no va a ser así. Un buen objetivo es que no se sienta solo y que se calme algo antes. Exigirte a ti mismo ser capaz de controlar la rabieta de tu hijo puede hacer que tu frustración aumente y hacer el problema más grande. Si hay una manera de solucionar esa rabieta, sin lugar a dudas pasa por que seas capaz de transmitir tu calma al niño; así que estate tranquilo/a. Saber que el problema lo tiene el niño y no nosotros suele ayudar a los padres a tomarse las cosas con más calma.
SI puedes explicar al niño el por qué de tu negativa. No suele dar un gran resultado porque el problema no suele venir de que el niño no entienda la situación sino de su dificultad para dominar sus emociones. Sin embargo, a veces funciona y si es así es la manera más rápida y tranquila de solucionar la rabieta y por lo tanto merece la pena intentarlo. El niño y tu os ahorraréis un buen sofocón.
NO pierdas el control ni te enfades con tu hijo. Sería poco inteligente pensar que vas a ayudar a un niño pequeño a ganar control sobre sus emociones perdiendo las tuyas. Enfadarte sólo va a asustar o violentar más al niño haciendo que su frustración aumente y la rabieta empeore.
NO agarres o sujetes al niño. Los gritos y las pataletas son la manera natural que tiene el cerebro del niño de descargar la tensión emocional y calmarse. Si intentas sujetarle estarás impidiendo el mecanismo natural de descarga y sólo conseguirás que el niño se frustre y enfurezca más.
SI puedes dejarle espacio y tiempo para que se exprese libremente. En ningún caso se trata de ignorarlo; debemos estar presentes, cerca suyo para que sepa que estamos a su lado y que nos importa como se siente. La rabieta no es un chantaje sino un problema que tiene el niño y, aunque intentar controlarlo o sujetarlo no funciona, debemos permanecer a su lado. Darle la espalda sólo hará que se ponga más nervioso.
NO atosigues al niño y le pidas que se calme una y otra vez. Si sigue muy enfurruñado posiblemente necesite más tiempo.
NO le hagas pasar vergüenza con frases como…”El señor de la tienda te está mirando”, “Qué feo estás cuando te enfadas” o “Mira lo tranquilo que está tu hermano”. Las comparaciones sólo conseguirán frustrar más al pequeño.
SI puedes reflejar su frustración y enfado utilizando la empatía. Frases como: “Te apetecía mucho esa piruleta”, “Vaya, te has enfadado mucho, ¿verdad?” funcionan, porque lejos de hacerle sentir peor le ayudan a sentirse comprendido y, a comprenderse a sí mismo. Puedes dejar caer dos o tres comentarios empáticos; no conviene insistir o repetir estas frases constantemente, porque el niño se puede sentir manipulado, pero utilizarlo con cautela es una de las mejores herramientas para ayudar al niño a subir los escalones que van de la frustración a la tranquilidad.
SI puedes ayudar al niño a plantearse nuevas alternativas. Al cerebro del niño le cuesta ser flexible y salir de su propio enfoque y eso hace que lo vean todo más negro de lo que realmente es. Por eso, escuchar frases como “Podemos comprar la piruleta este fin de semana” o “¿Te apetece que te lleve a caballito?” pueden ayudar al niño ver la luz al final del túnel.
SI puedes permanecer cerca de él y dejar que se agarre a tu pierna (si así lo desea) o incluso tomarlo en brazos cuando el niño esté algo más calmado y siempre que quiera o acepte que le sujetes o le abraces. A veces los niños más enrabietados piden que sus padres le tomen en brazos y sus padres les niegan el abrazo pensando que es otro capricho o no se merecen el abrazo hasta estar más calmados. Sin embargo, el abrazo es una petición de socorro para intentar unir los cables que la rabieta ha cortocircuitado, y dar un abrazo, si el niño lo pide o se deja es treméndamente útil (de hecho la mayoría de las rabietas de mis hijos suelen acabar con algún tipo de abrazo).
Fuente: Álvaro Bilbao
No hay comentarios:
Publicar un comentario