Si pensamos detenidamente en la
trascendencia de nuestras emociones en nuestra vida diaria nos daremos cuenta
rápidamente que son muchas las ocasiones en que éstas influyen decisivamente en
nuestra vida, aunque no nos demos cuenta. Podríamos plantearnos:¿Elegí a mi
pareja porque era objetivamente la mejor opción? ¿Es mi empleo el que me ofrece
el mejor salario? Gran parte de
nuestras decisiones son influenciadas en mayor o menor grado por las emociones.
Ante esta realidad, cabe resaltar
que existen personas con un dominio de su faceta emocional mucho más
desarrollado que otras. Y resulta curiosa la baja correlación entre la
Inteligencia clásica (más vinculada al desempeño lógico y analítico) y la
Inteligencia Emocional. Aquí podríamos ejemplificar esta idea sacando a
colación el estereotipo de estudiante “empollón”; una máquina intelectual capaz
de memorizar datos y llegar a las mejores soluciones lógicas, pero con una vida
emocional y sentimental vacía. Por otro lado, podemos encontrar personas cuyas capacidades intelectuales son limitadas,
pero en cambio consiguen tener una vida exitosa en lo que refiere al ámbito
sentimental.
Este par de ejemplos llevados al
extremo son poco habituales, pero sirven para percatarse de que es necesario
prestar más atención a esta clase de habilidades emocionales, que pueden marcar
nuestra vida y nuestra felicidad tanto o más que nuestra capacidad para puntuar
alto en un test de inteligencia convencional. Para eso es importante profundizar
en la Inteligencia Emocional.
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