Los investigadores mostraron a
los bebés vídeos cortos de animaciones en que un dibujo, una bola roja con
ojos, intentaba situarse junto a otro personaje y para ello tenía que realizar
acciones, como saltar una valla más o menos alta, o subir una cuesta más o
menos inclinada. En cada situación, la bola roja- decidía si para llegar al
otro personaje –había dos distintos- se esforzaba y realizaba la acción necesaria
o, por el contrario, desistía. En todos los vídeos, la bola solía realizar los
esfuerzos necesarios para reunirse con un personaje, pero no con el otro.
Por último, enseñaron a los niños
una escena en que la bola podía escoger entre los dos objetivos (los personajes
que habían aparecido en los vídeos anteriormente, un triángulo verde y un
cuadrado azul) pero esta vez sin tener que sortear ningún obstáculo. Los
adultos o niños mayores asumirían que la bola elegiría el objetivo por el que
más se hubiera esforzado en los vídeos anteriores. Y, según han observado los
investigadores de Harvard-MIT, los bebés de 10 meses también. Cuando les
mostraban una escena en que la bola no actuaba como era de esperar, se quedaban
mirando la escena durante más rato, sorprendidos (La duración de la mirada en
psicología del desarrollo se utiliza en estudios con bebés justamente para
medir la sorpresa).
Según los investigadores, los
resultados del estudio muestran que los
niños son capaces de calcular el valor de un objetivo en función del esfuerzo
que requiere conseguirlo. La conclusión del estudio no es una novedad,
porque ya se había demostrado antes en adultos y niños mayores que pueden
inferir las motivaciones de alguien observando el esfuerzo que pone en obtener
un objetivo. Pero sí que lo es que lo hayan hallado en bebés tan pequeños. A
pesar de ser incapaces de realizar las acciones que ven en pantalla, de hablar,
de comunicarse con otros, están ya preparados para entender las acciones de los
demás.
“La cuestión de fondo en esos
experimentos es si esa capacidad es
innata o es aprendida”, apunta la psicóloga Liu, del MIT. Y prosigue:
“los bebés de esa edad no pueden realizar ninguna de las acciones que vieron en
la animación, lo que deja la puerta abierta a dos posibilidades: o bien han
estado viendo qué hacen otras personas o bien han interactuado con ellas para
saber sobre sus intenciones. Pero los bebés de esa edad son pueden ni escalar
muros ni saltar grietas, ni tampoco pueden hablar con otros sobre sus acciones,
ni preguntar, por lo que realmente parece
una capacidad emergente en el primer año de vida”.
Fuente: La Vanguardia
No hay comentarios:
Publicar un comentario