Una persona estira el brazo y
coge un vaso de agua. Ante esa situación, nuestro cerebro no está viendo
simplemente un objeto -la mano- acercándose a otro -el vaso-, sino que infiere
que esa persona tiene sed. O que tal vez esté cogiendo ese vaso de agua para
dárselo a alguien, si vemos a su lado a otro individuo. O que puede que deba
tomar una medicina. Los humanos contamos con la capacidad de inferir
e interpretar los deseos y las motivaciones de las
acciones de quienes nos rodean. Y esa capacidad es básica para poder
aprender y relacionarnos. Al fin de cuentas, somos seres sociales.
Ahora bien, cómo aprendemos y
cuándo empezamos a comprender las acciones complejas de los demás, en las que
intervienen variables abstractas como el esfuerzo que se realiza, el coste de
una acción en términos de energía, calorías y tiempo, el objetivo que persigue
y cuán valiosa es la recompensa, es aún un misterio.
Un nuevo estudio del Instituto de
Tecnología de Massachusetts (MIT) y de la Universidad de Harvard, que recoge
Science, arroja algo de luz sobre esa cuestión. Investigadores del Centro para el cerebro, la mente y las
máquinas (CBMM), un instituto conjunto de ambas universidades, y del
departamento de psicología del MIT han visto que bebés de tan solo 10
meses de edad ya son capaces de intuir cómo las personas tomamos
decisiones en función de si conllevan mucho o poco esfuerzo y del valor de la
recompensa que obtenemos al realizarlas. A pesar de que aún no hablan ni pueden
preguntar a los demás, ni expresar razonamientos, los bebés ya comprenden que lo que más cuesta de conseguir
tiene más valor.
“Los bebés no experimentan el
mundo como algo sumamente confuso -explica Shari Liu,
primera autora del estudio- sino, que desde una edad temprana ya “interpretan
las acciones de una persona en función de variables como el esfuerzo que la
persona emplea en realizar esas acciones, así como el valor que tienen los
objetivos que esas acciones persiguen”.
En una entrevista a Big Vang, Liu
explica que teniendo en cuenta que los bebés son los mejores aprendices del
planeta –“basta con pensar en cómo nacen y lo que son capaces de hacer con solo
tres o cuatro años”- estudiar esos mecanismos de aprendizaje puede revelar si
esa intuición acerca de los demás es innata o aprendida y cómo evoluciona.
“Mucha de la información y de las
cosas que aprendemos proceden de otras personas. Por tanto, necesitamos
realmente entender las acciones de los otros, sus propósitos, porque aprendemos
de ellos. Y es precisamente esa capacidad de interpretar lo que hacen otros en
términos de creencia, deseo, esfuerzo, coste lo que puede apoyar este tipo de
aprendizaje y permitir el tipo de inteligencia humana que vemos cada día”,
argumenta.
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