Tu hijo adolescente no pasa de todo. Por mucho que quiera obtener algo, ni
los incentivos ni los castigos funcionan para motivarlo y
que se empeñe con más ahínco en conseguirlo. El motivo no es falta de voluntad
o de pereza o de pasotismo, ni mucho menos, sino una cuestión de neurociencia.
Investigadores de la Universidad
de Harvard han escudriñado con escáner el cerebro de chavales de entre 13 y 20 años mientras resolvían un
juego de ordenador, con el que podían ganar o perder dinero, y han visto que
las regiones cerebrales
implicadas en relacionar el esfuerzo
que hay que hacer y en estimar el valor
de una recompensa están desconectadas.
En los adultos, e incluso en
niños pequeños cuando la recompensa es inmediata, funciona distinto. Investigaciones previas han demostrado cuán motivador puede ser un
incentivo, sea del tipo que sea, no solo económico, para motivar
nuestro comportamiento. Pero, en cambio, en la adolescencia, ni la “zanahoria”
ni el palo funcionan para alentarlos a realizar un esfuerzo mayor. Esta es la
principal conclusión de un estudio
que recoge esta semana la revista Natue Communications.
En un experimento con chicos y
chicas adolescentes, los investigadores les propusieron jugar a un juego de
clasificación de planetas, en el que había preguntas más difíciles y otras más
sencillas. Cada una, en función de su dificultad, comportaba una recompensa–más
o menos dinero- si se contestaba bien o un castigo –pérdida de más o menos
dinero- si se contesta mal. Mientras jugaban, además, los científicos miraban
qué ocurría en sus cerebros mediante un resonancia magnética funcional (fMRI).
Los investigadores vieron que
existía una diferencia entre la actuación de los más jóvenes, de 13 y 14 años,
y los más mayores, de 19 y 20 años. Mientras que estos últimos sí eran capaces
de ajustar su comportamiento en función del valor de las recompensas y los
castigos, los más jóvenes eran incapaces.
Y esa diferencia de actuación se
correspondía con lo que sucedía en sus cerebros: los adolescentes más mayores tenían más conectividad entre las áreas
encargadas de estimar el valor de cada recompensa y de actuar en consecuencia
cuando el riesgo –la cantidad de dinero que perdían o ganaban en este
caso- era elevado. Sin embargo,
el cerebro de los más jóvenes no
mostraba esa actividad entre áreas.
“Queríamos saber si la
comunicación entre circuitos del cerebro en desarrollo modela la forma en que
los adolescentes se aproximan a sus objetivos”, explica a Big Vang Catherine Insel, investigadora de la Universidad de Harvard y autora principal
del trabajo. “La neuroimagen –prosigue- nos ha permitido examinar cómo los sistemas del cerebro en desarrollo van
emergiendo en la adolescencia para maximizar comportamientos enfocados a
obtener un objetivo”.
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